Antes de su viaje en LSD, Alejandro Almazán continua su travesía por los círculos del infierno de Tijuana. Su dolor no disminuye pero la ciudad y un personaje oscuro le ayudan a ver su estado con otra perspectiva
Si no haz leído la primera parte, aquí te dejamos el link.
Apenas miré a JC, me abrazó fuerte y con querencia para que no me cayera. Estoy sufriendo, carnal, le dije. Qué bueno, cabrón, te lo mereces, me reprendió porque nuestra amistad acepta todos los regaños, menos las mentadas de madre, Ojalá ora sí aprendas a amar a la gente que te amamos, locochón. No hubiese deseado que se me aguaran los ojos delante de unas señoras que comadreaban a nuestro lado pero JC, con esa frialdad con la que los amigos deben tratarte en estos casos, me dijo: A nadie le interesan tus penas, locochón, a nadie, ni siquiera a tu ex ruca, pero yo soy tu hermano y aquí estoy: dime, ¿qué vergas quieres hacer? Amigo es el que critica de frente y elogia por la espalda, dijo Galeano que dijo el guerrillero nicaragüense Carlos Fonseca Amador. Y un amigo, decía mi mamá, si no está en las malas, para qué chingados lo quieres en las buenas. Es una pena, corazón, que equis y que ye hayan cometido una cobardía con nosotros; ojalá un día descifren de qué trata la hermandad con la que tanto se llenan la boca. Borges escribió que la verdadera amistad sí existe, solo que es muy difícil encontrarla, y tú y yo hablábamos de nuestros pocos amigos aquellas noches mientras guisabas los frijoles con el conjuro de la cebolla y del epazote, y yo preparaba las quesadillas. Esas noches donde nos íbamos a la cama y tu cuerpo cabía perfectamente en el mío, ¿te acuerdas?
Yo no estaba pensando en todo esto, por supuesto, sólo se trata de un truco narrativo, corazón, que intenta tejer ideas sueltas sobre la amistad y sobre nosotros e hilarlo con el siguiente párrafo que habla de un tema diferente. En lo que sí pensé apenas JC terminó de enjaretarme mis verdades fue en largarnos al hotel para llorar a moco suelto. Desde el Grand Hotel, corazón, TJ se mira amarillenta y depresiva como si hubiera sido inventada por Hemingway en un brote sicótico. Tres millones 300 mil habitantes y en ascenso. No hay agua potable pero sobran las aguas negras. La sífilis, el VIH y la gonorrea son igualmente competitivas que el segundo lugar que posee TJ en turismo médico, después de Tailandia. En TJ, escucha esto, amor, en TJ hay más adictos que camas de rehabilitación en todo México. Tú que le sabes a la tecnología, busca al Grand Hotel en Google maps: ahí, en el planta baja, en el restorán Emma Baja French, que de afrancesado no tiene ni el vino, estoy acompañado por JC y por el Meño —ese cabrón sonorense a quien tanto quiero y que ahorita anda jalando en TJ—. Y te aviso que el joven que viene entrando, vestido con un pants de los Xolos, no es futbolista, sino Pedro y carga con una mochila donde gente como él esconde la pistola y oculta la droga que entrega a domicilio, como si trabajara en una especie de Uber Weed. Trafica desde los 15 años de edad, cuando era grafitero en la Zona Norte, a.k.a La Zonaja, el ombligo de TJ que es controlado por la familia Arellano Félix. Vende a 15 dólares el gramo de mota que se compra a diez en cualquier dispensario californiano.
Pedro no se nota sorprendido por la insólita casualidad entre su tatuaje y tu nombre. Hasta donde me acuerdo, corazón, me dijo que se tatuó porque el símbolo representa la dualidad, el ying y el yang, y porque fue un símbolo que se usó para representar a Dios, o algo así. Yo sé que esto del tatuaje puede causarte la extraña sensación de estar escuchando una ficción, pero juro que todo lo aquí narrado lo vi con estos ojos que se han agusanar. Pedro me pregunta qué hago en TJ y yo trato de aclararle que vine a una ciudad desgarrada porque yo también lo estoy; le cuento que en mis momentos sombríos visito las salas de urgencias y redescubro que mis aprietos son nada ante la realidad de la muerte. Fui dos noches seguidas a un hospital, le platico, No me funcionó ver el dolor ajeno y tomé un vuelo para TJ. Pedro me mira como si yo necesitara una estancia larga en el manicomio y entonces le sugiero que me ayude a encontrar una metáfora que me resuma: o sea, encontrar a alguien que ha decidido romper con los viejos hábitos, ese tipo de hábitos que en mí han causado que escriba algunas declaraciones de pérdidas, como la que te escribí en el papelito 65 y que, si mal no recuerdo, decía algo como en los últimos días perdí un hogar y perdí tu confianza, perdí tu risa, pero sobre todo la mía; perdí tu presencia, la calma y la cabeza, perdí el sueño y perdí cinco kilos, perdí las llaves, el dinero y hasta perdí las canalas en el parque cuando saqué a pasear a Handalah; perdí el norte, la paciencia y el empleo, perdí tu forma de amar y mi palabra, y si me quedo ahora, amor, esperando a que te aburra esa vida en la que yo no estoy, perderemos la única posibilidad que nos queda para no perderlo todo.
Entonces Pedro me dice que ahora entiende por qué la vida nos ha encontrado, porque su historia es la que estoy buscando: invirtió dinero (sucio) en un negocio (lícito) que le ha funcionado y ahora, corazón, jura y perjura que dejará de vender mota californiana, un mercado que en TJ está que arde. Mi ex morra no cree que cambie porque lo de traficar me viene de familia y está segurísima de que siempre voy a ser el mismo cabrón, refunfuñe Pedro pero yo lo detengo diciéndole que no se queje, que uno también tiene que hacerse responsable de su pasado y de cada decisión. A mí, por ejemplo, me condena contigo el disfraz de donjuán con el que solo he conseguido cometer errores irremediables. No me quejo, me aparta Pedro de mis cavilaciones, Nomás estoy diciendo que ahora que tengo un negocio propio, y que no es chueco, siento que no valgo verga y me dan ganas de ser otro. Le contesto que ni la esencia ni los instintos de uno cambian. Los primeros cinco, seis años moldean el carácter de uno, le digo a Pedro algo elemental que le he escuchado a mi terapeuta. Valiendo madre, me contesta y manotea, Yo tenía cuatro años cuando mi papá ya había secuestrado a mi mamá y cuando ella ya había estado en la cárcel. A mí me sobreprotegieron por enfermizo, le cuento a Pedro con el churro en la mano, Yo digo que eso me hizo egoísta y no sabes lo cabrón que ha sido desprenderse de lo que uno es. Después le digo que, si bien nunca cambiamos, también pasa que se nos cruzan personas —la familia, las amistades, tú y algunas otras personas—, y que se nos cruzan acontecimientos, como cuando vi a mi primer muerto, como la vez cuando me pusieron una pistola en la cabeza, como cuando me diagnosticaron el CUCI, como aquella llamada que recibí desde Sinaloa, como la muerte de mamá, como mis dos divorcios, como las amistades rotas, como las relaciones que han terminado en lágrimas o acontecimientos como el asesinato del Javier Valdez que han ido ajustando la forma en que yo miraba al mundo. A base de chingazos me he ido blandeciendo, le digo a Pedro y me responde que a él la mota lo hace mejor persona. Yo sonrío, corazón, porque también te dije semejante pendejada y, sin embargo, la sigo sosteniendo.
Andaba bien grifo cuando se me ocurrió entrar al bisnes de la música y ahora escribo corridos, me dice Pedro apretando la chora de mota con dos dedos, llevándosela a la boca, y yo me doy cuenta de que he olvidado decirte que Pedro solo escucha de esa clase de corridos que son una oda a la muerte violenta, a la misoginia y a la necesidad de ser alguien, así sea un asesino o la querida de un pistolero. En nuestro soundtrack, amor, no hay narcocorridos, solo hay un amigo de Pedro que es un cantante obsesionado con el Chapo Guzmán y a quien pienso regalarle, cuando lo vea, un libro del Javier para ver si así deja de componer tanta pendejada.
Por ahora, corazón, hemos agarrado el pary en la calle Sexta. Y pary me refiero a que Pepe Mogt suena de fondo mientras echamos mezcal en el Dandy del Sur, caguameamos en el Tropics y grifeamos en el bar de a lado. ¡Salud, pinchi Meño! Y tú, Pedro, haz paro y tápate ese chingado tatuaje que ya me mal viajé. A estas horas, varios malandros pistean, juegan billar y van al baño a foquearse. Allá afuera hay muchos más malandros haciendo lo único que aprendieron y que les da poder: matar. En este ratito, no lo vas a creer, corazón, asesinaron a una persona e hirieron a otros tres. La mesera nos cuenta que a uno lo apuñalaron a la vuelta de aquí, pero a nadie nos conmueve. Pedimos otra caguama. Pedro se acerca a mi oreja y me pregunta de qué trata la carta que pretendo escribirte y yo le respondo con palabras de Rodrigo Fresán: es una carta que no suena a despedida sino a una bienvenida que dice adiós. Miento. Le contesto que aún no sé si voy a escribirte y justo en ese instante, a estas pinches horas de la madrugada, recibo un mensaje de HH, que, desde que te fuiste, corazón, ha escuchado mi periplo, mi búsqueda y ahora está pendiente del hallazgo y de mi retorno. Escribe todo lo que sientas y publícalo, me aconseja y yo lo tomo como una señal de que nadie sabe de qué trata esta carta y muchos menos si voy a escribirla.
En la rocola, mientras tanto, se escucha tu grupo favorito, cantando la historia de un tipo que se acerca a ti para decirte que lo siente, que eres encantadora y que qué tan penoso ha sido separarse. Nobody said it was easy/No one ever said it would be so hard/I’m going back to the start.
Alejandro Almazán es el escritor de la serie de televisión El Chapo y de los libros La victoria que no fue (2006), Gumaro de Dios, el caníbal (2007), Placa 36 (2009), Entre perros (2009) y Palestina, historias que Dios nunca hubiera escrito (2011) y El más buscado (2012). Ha ganado tres veces el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de crónica. Ha ganado, también, el Premio Nacional Rostros de la Discriminación, el premio que otorga la Sociedad Interamericana de Prensa, el Fernando Benítez y el Premio García Márquez de Periodismo 2013, el más prestigiado a nivel mundial.
Twitter @alexxxalmazan
comentarios
Facebook
SanDiegoRed (1)
Nuevos
Mejores