En medio del ajetreo de los vendedores ambulantes que ofrecen helados, hot dogs y más productos desde sus carritos en el corazón de Los Ángeles, existe un negocio ilícito que discretamente atiende a los inmigrantes indocumentados ansiosos de trabajar en Estados Unidos. Sus proveedores ofrecen en voz baja: “Mica, mica”.
“¿Qué necesitas?”, pregunta una mujer en una acera llena de gente frente al parque MacArthur, el epicentro del comercio de las tarjetas laminadas en esta ciudad. Lleva un cuaderno en las manos, lista para anotar un pedido. “Ella puede conseguirte lo que sea rápido”, agregó un hombre que estaba con ella.
Un juego de documentos —una tarjeta del Seguro Social y una green card o tarjeta de residencia permanente— puede obtenerse por entre 80 y 200 dólares. El precio varía según el poder de negociación del cliente y la calidad de la falsificación. Los inmigrantes sin documentos saben que vale la pena invertir en papeles falsos, puesto que estos abren la posibilidad de obtener empleo en restaurantes, hoteles y muchos otros establecimientos aquí, en la segunda ciudad más grande de Estados Unidos y en otras más.
La incapacidad del congreso estadounidense de llegar a un acuerdo sobre nuevas leyes migratorias o programas para trabajadores invitados —a fin de satisfacer las exigencias de la economía de Estados Unidos— garantiza la supervivencia de la industria de los documentos falsos, que surgió después de que los legisladores aprobaron la última reforma migratoria, en 1986. La Ley de Reforma y Control de la Inmigración (IRCA) dio estatus legal a los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos que se encontraban en el país desde 1982 y también prohibió a los empleadores contratar trabajadores no autorizados.
“Una de las consecuencias involuntarias más predecibles de no haber atendido el lado de la demanda de la migración laboral ha sido el surgimiento de una sólida industria de falsificación de documentos”, dijo Wayne Cornelius, académico de asuntos migratorios de la Universidad de California, campus San Diego.
“Los documentos falsificados de buena calidad no son baratos, pero los migrantes los consideran un gasto necesario para obtener acceso a empleos estadounidenses”, comentó Cornelius, quien es director emérito del Programa de Investigación de Campo sobre Migración en México de esa universidad.
Alrededor de ocho millones de migrantes indocumentados forman parte del mercado laboral estadounidense. Como el país tiene la tasa de desempleo más baja en cincuenta años, hay muchas vacantes para los recién llegados y empleadores dispuestos a contratarlos.
Norm Langer, dueño de la tienda de alimentos Langer’s Delicatessen, ubicada frente al parque MacArthur, admite sin reparos que es muy probable que, inadvertidamente, él tenga contratados a inmigrantes sin papeles legales.
“Me necesitan y yo a ellos. No hay nadie más que haga el trabajo”, afirmó Langer, cuyo restaurante de 71 años de antigüedad, una institución de Los Ángeles, se encuentra en una esquina donde se comercian documentos falsificados, un intercambio que en ocasiones queda registrado por sus cámaras de seguridad.
Ante la pregunta de si verifica los documentos que le presentan sus nuevos empleados, Langer replicó: “No estoy aquí para hacer el trabajo de detective para el gobierno”.
Vía: NYT.