Valle de Guadalupe, Ensenada – A una hora o 68 millas al sur de Tijuana, hay un sitio mágico que desde hace más de 120 años ha capturado el sabor de esta tierra.
Le llaman "La ruta del vino", una carretera al noreste de El Sauzal en Ensenada que comunica a los valles Guadalupe, San Antonio de las Minas y Calafia, las zonas agrícolas donde casi 250 productores cosechan uva para vinos de mesa.
En estos valles y en San Vicente y el Valle de Santo Tomás 27 millas al sur del puerto de Ensenada se producen 126 millones de litros de vino al año, el 90 por ciento de los vinos de mesa que se hacen en México, según el Sistema Producto Vid, una asociación que aglutina a los productores de vino de la región.
El paisaje bucólico es hermoso durante todo el año, pero sobre todo en el mes de agosto, cuando comienza la recolección y cosecha de la uva y todos los productores hacen sus celebraciones de vendimia.
Aquello se convierte en una fiesta constante alrededor del vino. Se hacen concursos de vino, bailes, grandes banquetes, conciertos, corridas de toros y visitas enológicas guiadas por las cavas y los viñedos.
Los viñedos de Santo Tomás, fundado en 1888, y LA Cetto, fundado en 1930, son los dos más antiguos de la región y sus vinos han llegado a países con alta tradición vinícola como Francia e Italia.
Sin embargo, en la región hay otros que también han alcanzado fama internacional, productores más modestos y hasta pequeñas vitivinícolas familiares que también están capturando el sabor de esta tierra. Algunos ofrecen sus mejores muestras de vinos artesanales acompañados de comidas excepcionales.
"Lo que caracteriza a estos vinos es la brisa marina. Aquí no hay mucha agua, pero sí podemos presumir los climas que tenemos: la gran brisa marina que llega y envuelve a los valles. Eso le da una fortaleza a la vid y el toque personal que le va poniendo cada uno de los enólogos", explicó José Abraham Gómez Gutiérrez, director de la Escuela de Enología y Gastronomía de la UABC, campus Ensenada.
No se necesita ser un especialista en vinos ni tampoco una fortuna ni siquiera una milésima parte de una fortuna para degustarlos. Hay para todo tipo de bolsillos y para todo tipo de paladares.
Agosto es quizá el mejor mes para conocer este sitio mágico: el clima es cálido con oleadas de brisa marina y el paisaje que contrasta cerros amarillentos y secos con sembradíos verdes y extensos de parras y árboles de olivo. El aroma, como la mantecada de Proust, trae recuerdos de un pasado idealizado y perfecto.
Hace falta más de un día para conocer esta ruta. Enólogos y especialistas recomiendan al menos una semana.
El camino es muy seguro. La mejor opción para un viajero que ingresa a Tijuana es tomar la carretera de paga, también llamada escénica, rumbo a Ensenada. El costo de la caseta es en promedio de 29 pesos (alrededor de 2.20 dólares). Esta carretera es vigilada por la Policía Federal y cruce de cada caseta hay militares.
La ruta a los viñedos y vinícolas es libre, pero es muy cómoda y moderna; el camino principal es de cuatro carriles y ese distrito cuenta con una delegación de policía, una clínica de salud y un puesto permanente de socorristas de la Cruz Roja.
A lo largo de la ruta hay diversos restaurantes que recomiendan los mejores maridajes y también una serie de pequeños hoteles tipo Bed and Breakfast.
El viajero puede andar solo, en familia o en pareja por la ruta del vino, aunque lo más recomendable para disfrutar de la experiencia completa son las visitas guiadas o tours, las cuales deben reservarse con anticipación. En el viaje flota en el aire campestre el romanticismo y la evasión de la realidad.