Quizá cuando hablamos de una ciudad diseñada con perspectiva de género, el término parece ambiguo e inaprensible ¿qué es eso de la perspectiva de género? más aún ¿cómo se traduce a la ciudad?
Para ilustrar este caso, me sitúo en el discurso reciente sobre el transporte público en México y cómo este debe privilegiarse sobre el uso del transporte privado. Como urbanista, esta propuesta tiene sentido, la reducción de transporte privado llevaría a menores emisiones y podría promover una ciudad más compacta. Ambos beneficios son ampliamente vociferados en cualquier propuesta municipal sobre movilidad. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que estas propuestas dejan de lado cómo vivimos la movilidad las mujeres.
Pongo un ejemplo, como estudiante en la ciudad de México yo frecuentemente utilizaba el metro en hora pico. Imaginen el escenario, muchacha joven con mochila al frente cual escudo de protección de las zonas íntimas que, en el tumulto, podían ser vulneradas en cualquier momento. En ese tiempo se decía que un peso te hacía acreedora a “pasaje, masaje y agasaje.” El repasón era un desafortunado rito de paso para cualquier novata que no procuraba una esquina y cargaba un bolso grande para generar una barrera entre ella y el resto de los transeúntes.
Día con día yo buscaba un punto estratégico en el vagón y me aferraba a mi escudo de mujer maravilla, siempre observando cómo entraban y salían mujeres en diversas condiciones. Recuerdo claramente la embarazada que, apretujada por la muchedumbre se abrazaba a su barriga como si esta fuera un salvavidas para navegar el mar de gente. Sin decir nada, buscaba con la mirada un alma caritativa que estuviera dispuesta a cederle el asiento, muchas veces sin éxito. Otro cuadro impreso en el hipocampo de mi cerebro, es el de la mamá malabarista, que, con particular destreza cargaba en un brazo un infante, pañalera y bolso; mientras el otro brazo jalaba un segundo retoño, y algunas veces una bolsa adicional con provisiones. Así observé a miles de mujeres subir y bajar, recorrer las calles de la ciudad a paso veloz en búsqueda del sustento diario y oportunidades diversas.
La escena que describo pone en evidencia cómo el uso del transporte público, y la movilidad en general, se vive de manera distinta desde el cuerpo de una mujer. De la misma manera podemos aplicar el filtro de género al uso del automóvil particular. Para muchas de nosotras contar con un auto implica un recorrido seguro, nos permite cierta independencia y flexibilidad para buscar oportunidades laborales. Al mismo tiempo, el auto, es una herramienta que facilita la ejecución de las múltiples tareas que socialmente se nos han asignado: crianza de los hijos, el cuidado de las personas de la tercera edad, administración del hogar, entre muchas otras. De tal manera que, de ejecutarse una política que desincentive el uso del auto privado, esta indudablemente afectará desproporcionalmente la movilidad de las mujeres.
En el tema de movilidad, las políticas públicas con enfoque de género han avanzado milimétricamente y solo en el tema de seguridad. En la Ciudad de México, a finales de los años 90 el gobierno implementó vagones exclusivos para mujeres. Esto como resultado de las movilizaciones impulsadas por diferentes grupos feministas que alertaban sobre los altos índices de violencia en el transporte público. Políticas similares se han impulsado en Monterrey y Guadalajara. En el resto del país, el enfoque de género en las políticas de transporte es prácticamente nulo. No se reconoce que las mujeres nos transportamos por diferentes razones, muchas veces en momentos distintos que los hombres. Esto tiene impactos en las distancias que recorremos y los tiempos que destinamos a estos recorridos. Al final del día, esto se traslada en costos que reducen nuestro ya mermado poder adquisitivo y el tiempo se suma a la sobrecarga de actividades que ya desarrollamos.
Sin duda, la seguridad es un aspecto crítico en términos de la movilidad urbana, pero para las mujeres es solo la punta del iceberg. Por esta razón, pensar los problemas de la ciudad de manera inclusiva nos obliga a recuperar las experiencias de estas mujeres que recorren sus calles, que estudian, trabajan y que día con día buscan oportunidades para su desarrollo.
Dinorah González es Investigadora visitante en la Universidad de California en Los Ángeles. Es científica social transfronteriza especialista en vivienda y planeación urbana.
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