Desde hace algunos días, hemos sido testigos de los severos daños que han causado los fenómenos climáticos que azotaron simultáneamente a la República Mexicana, me refiero a los huracanes "Ingrid" y "Manuel. Igualmente castigados han sido el Estado de Nuevo México y el Estado de Colorado, USA, donde fuertes lluvias e inundaciones trajeron muerte, destrucción y ruina para la población. Nos horrorizamos de ver lo terrible que ha sido para tantas personas. Se perdieron muchas vidas. Una gran cantidad de personas prácticamente han perdido la totalidad de sus pertenencias. Hay muchos en riesgo de enfrentar problemas de salud.
La mayoría, se sienten abatidos y derrotados.
Mientras unos sufren irreparables pérdidas, otros mas afortunados, vivimos en sitios sin mayores problemas, aparentemente alejados de las tragedias. Sin embargo, el hecho de enterarnos de las graves condiciones en que otros padecen, nos motivan a ayudar a los mas desprotegidos y deben obligarnos a actuar solidariamente. Este loable sentimiento de querer ayudar a los demás, en sí, es bueno. Sería mejor aún, si lo practicáramos diariamente, como forma de vida, dentro y fuera del hogar.
No hay que esperar desastres naturales o uno al interior de la familia. La forma de enseñar a nuestros hijos a ser generosos con los demás es sencilla. Hay que integrarlos a participar en las actividades y quehaceres cotidianos.
El bien común se inicia en casa.
Todos los familiares gustan de ser incluidos en la repartición de los bienes familiares y pocos aprecian las obligaciones o el actuar voluntariamente en apoyo y al servicio de los demás integrantes de la familia. Los bienes familiares no son únicamente cosas materiales o quehaceres domésticos, también son el saber compartir las alegrías y las tristezas, practicando virtudes como son la amistad, el orden, el respeto, la responsabilidad y la solidaridad.
Para lograr beneficiar a todos los miembros de la familia, supone un esfuerzo personal y se comparten valores que son dados y recibidos con amor. Así, todos participan y se convierten en repartidores de bienes, en una dinámica que va mas allá del servicio de los padres.
Todos y cada uno de los miembros de la familia debe apoyar y colaborar dentro de sus capacidades al crecimiento del resto de los miembros de la familia. Esto ayudará a mejorar el ambiente familiar, haciendo que todos se sientan personas valiosas, capaces de ayudar. Hay que tener cuidado y evitar ser simplemente elementos utilizables para beneficios mezquinos de los otros. También hay que evitar ser la eterna víctima o el indiferente perezoso que se escuda con pretextos y excusas.
Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, y saben su responsabilidad a la hora de educar. Debemos tener muy claro que para "formar familia" los hijos deben de participar de una manera activa en esto. No "forman familia" los padres solos, aunque tengan la mayor y mejor voluntad. Si se fomenta en los hijos el deseo de participar en el bienestar común, lograremos una verdadera integración familiar.
Si los hijos no participan, la casa no es hogar, se convierte en un hotel, un lugar de paso, donde gratuitamente se les brindan servicios y comida. Hay que enseñarles que los demás también son personas con sentimientos y necesidades, y no solo de cosas materiales, sino de apoyo, compañía, cariño y tiempo de calidad. Hacerlos consientes de que todo aquello que hagan o que dejen de hacer repercute, afectando a todos los miembros de la familia.
Una familia integrada se logra con la participación de todos sus miembros. El éxito de una sociedad se alcanza con la participación de todos sus ciudadanos.
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