Al tomar la decisión de formar una familia, contemplamos la ilusión de tener hijos, la forma en que habremos de criarlos y la jornada que nos aguarda para formarlos como personas de bien. Lo que queremos es que sean felices.
Al pensar en tener nuestros hijos, tratando de imaginar cómo serán, si a quién se parecerán, si a papá o a mamá, a tu familia o a la mía. Luego pensamos en su primer día de colegio y todos esos acontecimientos importantes que de sólo imaginarlos, nos causan alegría.
Cuando llega la realidad del primer hijo, resulta que viene sin instructivo, todo mundo opina. Luego vienen los celos de la pareja, cuando la atención se divide.
Debemos tener claro que para la pareja, el matrimonio, es lo primero. Es el origen, el rumbo, la razón, la guía, el sitio a donde recurrir cuando se fracasa y al que hay que acudir para compartir los éxitos. Debemos tener en cuenta que cuando los hijos se marchan, los padres se quedan solos, aunque sabemos que los que se marchan, de alguna forma u otra, regresarán.
Penosamente, es muy frecuente discrepar sobre la conducción y educación de los hijos. Poco se trata en el noviazgo el platicar si se pretende tener hijos, si les inculcaremos una fe religiosa o ninguna, si tendremos muchos o pocos, si cursarán sus estudios en escuelas públicas o privadas, etc.
Mas penoso aún, es no haberlo considerado antes de la llegada de los hijos, y ahora, ante ellos, tener discusiones (muchas veces acaloradas), sobre quieny cómo se les habrá de disciplinar o corregir.
Uno de los errores más comunes que se presentan en las relaciones conyugales suceden cuando alguno de los padres al no saber como corregir al hijo, ante una circunstancia aparentemente complicada, se desmarca y le dice al cónyuge "es tu hijo, tú edúcalo".
Con acciones como esa, mediante opiniones aparentemente intrascendentes, las cuales parecieran estar dirigidas a molestar al cónyuge, a quien realmente dañan es a los hijos, a la relación de éstos para con sus padres, hermanos y la sociedad en general. El hijo percibe la falta de interés que en ese momento su progenitor le presta a sus acciones. Esto podría provocar una mayor rebeldía del hijo para tratar de llamar la atención.
Torpemente estamos reforzándole al hijo que no tenemos autoridad ante él. Nos preocupamos en lanzarnos culpas y olvidamos aplicar el correctivo adecuado y compartido por los padres, quienes deberían de ejercer su autoridad.
Por otra parte, y para empeorar las cosas, nos apresuramos a brindar "premios" cuando los hijos realizan lo ordinario, que es aprovechar las oportunidades que los padres les brindan. Premiamos lo ordinario como si fuese extraordinario, por el simple hecho de que fue realizado por nuestro hijo.
Esto aplica cuando el hijo gana un premio en el colegio, o en cualquier competencia deportiva. Se nos abulta el pecho y llenos de orgullo exclamamos "¡ese es mi hijo!"
Cuando usamos a los hijos para golpetear a nuestro cónyuge, aprovechamos el que nuestro hijo (a) lleve a cabo una acción nociva o negativa, también reforzamos la mala conducta, exclamando lo mismo, "¡ese es mi hijo!".
Los esposos deben de tener muy claro que los hijos son de los dos, los dos deben de ejercer una autoridad compartida, y la educación que le brinden debe de ser previamente hablada y acordada entre ellos.
Si los padres no han hablado nunca de la forma en la que educarán a sus hijos, se enfrentaran a situaciones y acontecimientos que no sabrán como manejarlos y provocaran discusiones entre ellos y el hijo se quedará sin la educación que merece.
Debemos de entablar un verdadero diálogo con nuestro cónyuge para así poder formar y educar a "Nuestros Hijos", como personas de bien y felices. Busquemos ese momento para hablar y acordar como será la educación que les daremos formando un frente común y así de esta manera el hijo sentirá la seguridad de que sus padres saben lo que hacen y que lo hacen por su bien.
Mary Carmen Creuheras
Master en Matrimonio y Familia
formasfamilia@me.com
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