A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del presente, muchas personas, entre ellas un buen número de mentes extraordinarias, han intentado definir y explicar lo que significa e implica ser mexicano. La búsqueda por la identidad mexicana ha resultado a la vez ser un camino fascinante pero sumamente complejo y en ocasiones frustrante. El camino hacia la identidad mexicana está plagado por la contradicción, la paradoja, el surrealismo y una enfermiza fluctuación entre la euforia y la frivolidad.
En pocos aspectos de la vida de los mexicanos es tan evidente esta realidad como lo es en la cultura política mexicana, la cual no puede entenderse, por lo menos en los últimos 100 años, sin el PRI. No me refiero a un partido político, sino al aparato que en su cúspide logró manipular y controlar prácticamente todos los hilos del país, incluyendo los lastres y prácticas más oscuras de sus ciudadanos, creando una identificación perversa entre estos y ese aparato, resumido en la frase ¨el PRIISTA que todos llevamos dentro¨. Una frase con connotación no solo negativa, sino en muchas ocasiones con un dejo de auto reconocimiento de culpa.
El PRI nunca fue un partido político, no fue concebido por sus fundadores para serlo ni operó como tal. Fue una maquinaria extraordinariamente efectiva para conservar el poder político autoritario que veía en la cultura del nacionalismo revolucionario la fuente de su perpetua existencia.
La maquinaria mutó y se adaptó, hasta ser considerada en algún momento por muchos como dictatorial, como lo atestigua la famosa frase acuñada por Mario Vargas Llosa sobre ¨la dictadura perfecta¨. Mantuvo una gran hegemonía, haciendo los ajustes y concesiones que se requerían cuando era estrictamente necesario ya que los tiempos así lo exigían.
El PRI era México, México era el PRI. Ir en contra del PRI era ir en contra de México. El PRI emanó de la Revolución Mexicana, es Revolucionario e Institucional al mismo tiempo, por ende, la REVOLUCIÓN con mayúsculas, y todo lo que de ella se desprendía solo podía ser bueno. Un partido oficial, que creció a partir de las estructuras gubernamentales hasta convertirse en un poderoso partido de estado, un ente encarnado en el estado y que al mismo tiempo personificaba el nacionalismo revolucionario y pretendía representar la auténtica identidad de los mexicanos. La cultura política mexicana se definía por el PRI y en el PRI.
Si bien llegó el momento de la transición democrática en el año 2000, la cual ya venía desarrollándose desde años atrás, la desilusión de los mexicanos con la democracia se hizo evidente muy rápido. Esta desilusión con la democracia se presentó en gran medida porque la gran mayoría pensábamos que esta se traducía en resultados inmediatos y en el hecho de que a diferencia de un sistema político y cultura paternalista y autoritaria, la democracia implica una sana incertidumbre que al parecer a los mexicanos no nos gusta.
Los países con tradiciones democráticas maduras entienden muy bien este concepto. El PRI perdió su hegemonía, pero a México le faltaba camino por recorrer. La transición democrática no fue inútil, ni tiempo perdido del todo, permitió elecciones libres y democráticas y se lograron instaurar instituciones autónomas, libres del control directo del gobierno, asunto que hoy se encuentra verdaderamente amenazado.
Ese PRI del siglo XX, es lo que busca ser MORENA hoy en día. Es un movimiento de restauración del antiguo régimen, con la diferencia de que las condiciones en México y especialmente del entorno internacional no son las mismas. El partido y los dirigentes que el día de hoy llevan las siglas del PRI son un remanente de tiempo con casi nula trascendencia de aquel SISTEMA. Hoy MORENA, que al igual que el PRI del siglo XX tampoco es un partido político, ha buscado ocupar ese vacío. MORENA ocupa el lugar del PRI de antes, no solo porque existan ex priistas en sus filas a los que comúnmente se hace alusión, empezando por el mismo presidente.
Morena asume el lugar del PRI de antes porque representa al estado y cultura paternalista, populista, oportunista y que intenta representar la auténtica identidad de los mexicanos, los anhelos del pueblo bueno, que con demasiada frecuencia ahora se traducirá al ¨MORENISTA que todos llevamos dentro¨.
El presidente a través de Morena busca, como lo logró hacer el PRI durante varias décadas, una concentración absoluta del poder, lo cual en ningún caso de la historia en cualquier parte del mundo ha terminado bien. Esta concentración de poder no es una sospecha, el presidente y sus seguidores lo han dicho abiertamente, a eso se refiere el Plan C que plantean: control total del ejecutivo, el congreso, el poder judicial, y la desaparición de los organismos autónomos cuyas funciones asumiría el gobierno federal.
Como bien lo resume el título del libro del sociólogo Roger Bartra, México está muy cerca del ¨Regreso a la Jaula¨. Lo que está en juego en la próxima elección es algo tan profundo que la mayoría de los mexicanos no hemos logrado asimilarlo.
*Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de su autor y no representan ni parcial ni totalmente la opinión de SanDiegoRed.
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