La primera alcaldesa de Tijuana no es una mujer fácil de intimidar.
Montserrat Ramírez Caballero es líder de una ciudad que es catalogada como la más violenta de México y como una de las más peligrosas del mundo. Les han disparado a sus guardias de seguridad, una amenaza escrita dirigida a ella se encontró en el cuerpo de una mujer asesinada y ella tiene un importante cargo en un país donde una mujer es asesinada cada dos horas y media. Aun así, uno de sus primeros actos fue recortar su personal de guardaespaldas de 28 a 6.
Muy recientemente, accedió a mudarse a un cuartel del ejército con su hijo de 9 años después de recibir amenazas de muerte, pero hasta entonces Caballero, de 41 años, había enfurecido a su equipo de protección porque sacaba a pasear a su perro sola e iba a gimnasios públicos.
Cuartel militar en donde vive Montserrat Caballero
La alcaldesa está tratando de hacer que Tijuana sea más segura para las mujeres. Ha introducido una aplicación de emergencia para smartphones que manda una alarma y una ubicación GPS a un cuarto de control policial. Todavía más ambiciosamente, desde que inició su administración hace casi dos años, Caballero ha sido inflexible al momento de enfrentarse contra las pandillas organizadas de criminales en Tijuana, mostrando que si no siguen la ley, ella está preparada para cerrar negocios multimillonarios que explotan a las mujeres. “Otros simplemente miraban hacia otro lado,” ella dice cuando le pregunto por qué no se había actuado antes, “o les pagaban para eso.”
Estas medidas severas la han puesto firmemente en la mira de los narcotraficantes.
“Oh, es muy peligroso,” ella dice, “pero tengo una responsabilidad de prevenir eso y hablar de estas personas.”
Su esposo, que vive en los Estados Unidos, le ha rogado en vano que se vaya con él. Pero ella no se irá: es una interlocutora franca que dice que “no acepta ningún tipo de tonterías” y que está en una misión para proteger a todas las mujeres.
Trabajando en un documental que se proyecta el lunes, paseamos a gran velocidad en la ciudad fronteriza con la alcaldesa en su carro oficial a prueba de balas mientras que trata de convencer a los habitantes de Tijuana que “alguien en una falda puede hacer el trabajo”.
Viendo las dimensiones de los retos a los que se enfrenta, es fácil sentir que son insuperables. México está inmiscuido en una guerra de posiciones entre los cárteles por territorio que lleva décadas que también es sobre el control de los remunerables negocios de drogas, sexo y la trata de personas — y las mujeres están invariablemente en el extremo afilado de esta brutal batalla.
El año pasado alrededor de 30,000 personas fueron asesinadas en México. La mayoría fueron víctimas de la guerra del narcotráfico, pero casi 4,000 de ellas fueron mujeres. Alrededor de un cuarto de ellas (947) fueron investigadas como “feminicidios” — mujeres asesinadas por su género. Usualmente son crímenes brutales: de acuerdo al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington, “Las mujeres son más propensas a ser asesinadas que los hombres por estrangulación, ahogo, asfixia y apuñalamiento” y, parcialmente por esto, “el 77% de las mujeres mexicanas reportan no sentirse seguras.”
“Yo sí siento absolutamente que hay una guerra contra las mujeres en México,” dice Nicole Ramos, una abogada viviendo en Tijuana, una ciudad de 2 millones de personas que comparte una frontera con San Diego en el estado mexicano de Baja California.
“No me siento cómoda manejando a ciertas horas, yendo a ciertos lugares por mí misma, usando ropa en la calle que pueda ser reveladora o que atraiga más atención. Porque entiendo que aquí mi vida no tiene el mismo valor que la de un hombre.”
Para Caballero, la raíz del feminicidio es la misma que la de todos los retos serios en su ciudad y en todo México: las drogas y los cárteles que las promocionan. Se han infiltrado en casi todas las secciones de la sociedad.
Los cárteles usualmente matan deliberadamente en maneras muy repugnantes y sus videos en redes sociales — que se usan como advertencias para otros — son igual de malos que los distribuidos por ISIL. Las imágenes muestran a mujeres con sus senos cortados; sus extremidades amputadas; sus cabezas puestas en los cofres de los carros. Los hombres también son asesinados pero el número de mujeres asesinadas se está incrementado rápidamente y se cree que no se está reportando debidamente.
Tijuana es un coctel de contradicciones.
Tiene una imagen hedonística y escapista y depende mucho del turismo, pero hay tropas de la Guarda Nacional patrullando las calles constantemente, vestidas con cascos balísticos, rodilleras, máscaras negras y con sus armas en sus regazos mientras se sientan en la parte de atrás de camionetas pickup. Parece que van a luchar en Ucrania o Siria, pero pocos en Tijuana se sorprenden.
Junto a puestos con ponchos y sombreros, y bandas de mariachi sonriendo y tiendas llenas de botas de vaquero hechas a mano en Avenida Revolución, la ciudad tiene un lado oculto con mala fama.
Miles de hombre viajan desde los Estados Unidos hacia la frontera más visitada cada año para vivir sus fantasías más salvajes. Las drogas son tan fáciles de ordenar como los tacos — y las mujeres cuestan menos que los cocteles que les dan a los clientes. La pornografía infantil parece estar aumentando y los cárteles son dueños o son socios de muchos negocios que exhortan por dinero. Las mujeres huyen a Tijuana para escaparse o esconderse. Muchas de ellas desaparecen y nunca son vistas de nuevo.
Caballero, que anteriormente era abogada, es una de seis hijos. Creció pobre en una casa con violencia doméstica (su madre indígena era abusada) y sufría racismo debido al color oscuro de su piel. Esta es una historia de la cual se enorgullece — y es obvio que muchos residentes de Tijuana la aman por eso.
A los votantes los saluda con abrazos y besos. Yo veo como mete una nota, que le da una señora anciana, en la parte de arriba de sus botas de cuero. Ella quiere que la alcaldesa arregle las luces públicas rotas que han hecho que su calle sea vulnerable para asaltos.
“Le voy a dar seguimiento,” la alcaldesa promete. Ella se arregla el pelo y el maquillaje con artistas transgéneros y trabajadoras sexuales en el distrito de prostíbulos de la ciudad. “Me mantiene en contacto con mi gente,” ella dice. “Quiero que sepan que soy una de ellos y que estoy escuchando.”
El enfoque poco convencional de la alcaldesa ha hecho que algunos se encariñen con ella y otros se molesten. Muchos la describen como “desinformada” e “ignorante” — pero también como “cálida”, “accesible” y “diferente de otros políticos”.
“Quiero hacer lo mejor para las personas mientras sea alcaldesa,” ella dice. Y si eso significa molestar a algunos cárteles, grandes negocios o compañeros políticos, así será. Ella ya hecho las tres cosas.
Caballero se ha metido donde muy pocos de sus compañeros políticos hombres se han atrevido — trabajar con el gobierno federal para cerrar uno de los clubes de sexo más grandes de Tijuana, la Adelita, el cual no pudo mostrar documentación de que todo su personal femenino tenía más de 18 años.
Las hileras de mujeres recargadas en las paredes de muchos “clubes de caballeros” y bares en el gran distrito de prostíbulos son una indicación de cómo las mujeres son típicamente vistas en esta sociedad machista. “Somos productos,” una mujer me dijo, “compradas y vendidas como carros.” Los números de crímenes indican que ellas son probablemente tiradas y desechadas aún más fácil que un vehículo. Vemos muchas niñas que se ven muy jóvenes entre las trabajadores sexuales. Una, vestida en una falda corta y tacones altos con labial rojo, parece que ni siquiera ha llegado a la pubertad. Al menos una está embarazada.
Nuestro equipo filma con una unidad de la Guarda Nacional cuidándonos, sus armas listas. Cuando salimos del área, uno de ellos nos advierte que vieron un carro policial “sospechoso” dando vueltas alrededor del área donde filmamos. “Si te siguen, llámame y mi unidad irá directamente a ayudarte,” dice, dándonos su número de celular personal — tal es el nivel de desconfianza hacia las fuerzas en Tijuana.
La intransigencia de los policías o su aparente complicidad con los narcos es una queja constante.
Caballero se rehúsa a retirarse.
“Estoy doblemente orgullosa porque tengo que ser valiente para ir y cerrar estos lugares,” ella dice. “Muchas personas se sienten asustadas porque algunos dicen que (estos negocios) están relacionados con el narcotráfico pero no me importa. Si tienen a niños trabajando ahí, los voy a cerrar.”
Nota publicada originalmente en The Times
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