En el año 217 a.C. Luego de sufrir una derrota militar a orillas del lago Trasimeno, a manos de los cartagineses, el imperio Romano introdujo las celebraciones de Saturnalia, en honor al Dios Saturno, para elevar el ánimo entre sus ciudadanos.
Los festejos comenzaban en el templo consagrado a dicha deidad, en el foro romano; iniciaban el 17 de diciembre y culminaba el 23 del mismo mes, momento en el que el periodo más oscuro del año acababa y llegaba el nuevo periodo de luz, metáfora de un nuevo periodo de vida, de cosecha.
Los ciudadanos de Roma encendían velas y antorchas, similar a como sucede hoy en día, cuando se decoran las entradas de las casas con luces. El tiempo de aquel festejo, era uno de abundante alegría donde los rangos sociales se intercambian y los esclavos disfrutaban de días libres. También se acostumbraba el intercambio de sandalias, gorros, velas aromáticas, las cuales servían para decorar las viviendas del imperio.
Dos días después de los festejos saturnales, el 25 de diciembre los romanos festejaban el nacimiento del sol no conquistado o Sol invictus.
A mediados del siglo I, con la paulatina invasión cristiana en Roma y su conformación dentro de dicha sociedad, los cristianos fueron sustituyendo los múltiples dioses por el culto monoteísta. Para convertir a los romanos al cristianismo, entre los años 300 y 350 el Papa Julio I fijó la fecha del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesucristo; la metáfora del nacimiento del sol no conquistado, o sol invictus, fue representada por el nacimiento de Cristo, la luz del mundo.
Para el año 449 el Papa León I estableció la fecha del 25 de diciembre como oficial dentro de la Iglesia y en el 529, el emperador Justiniano hizo lo propio en el Imperio. Se había concretado de esta manera la hibridación cultural del mundo hebreo y el mundo civilizado de Roma.
Los festejos del sol invictus y los Saturnales, coincidieron en un factor determinante con lo que ahora se conoce como Navidad que significa nacimiento; en ambos casos, fue un entrecruce pacífico, porque se trató de un mismo hecho: de un inicio. Por un lado, el de las cosechas, de la agricultura y el de un nuevo periodo luz; por otro lado, el nacimiento de Jesucristo, que en el lenguaje teológico, es sinónimo de luz.
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