Los Ángeles.- Liza Minnelli, sinónimo de la mejor tradición del espectáculo tanto en Hollywood, donde nació, como en Broadway, donde alcanzó el estrellato, cumple mañana 65 años tras superar una lucha personal frente al alcohol y la resaca de un éxito que le vino impuesto en los genes.
Liza May Minnelli, hija de dos mitos del cine y el musical como Judy Garland y Vincente Minnelli, ganó el Óscar por "Cabaret" (1972), el Emmy por "Liza with a Z: A Concert for Television" (1973), dos Globos de Oro por "Cabaret" y "A Time to Live (1985), el Grammy leyenda (1990) y cuatro Tony, el último por "Liza's at the Palace" (2009).
Pero su vida no resultó sencilla, especialmente en lo relacionado con la salud y el amor.
Sus problemas con el alcohol la marcaron. Ella siempre achacó su adicción a una enfermedad genética que compartían las dos ramas de su familia (si bien su padre no la sufrió), aunque no dudó en admitir que era su "responsabilidad" controlar esa situación, que acabó con ingresos en clínicas de desintoxicación y asiduas visitas a Alcohólicos Anónimos.
Además se ha sometido a dos reemplazos de cadera, varias operaciones en las rodillas e incluso una cirugía en las cuerdas vocales.
Se casó en cuatro ocasiones y todas ellas acabaron en divorcio.
Primero con el australiano Peter Allen (1967-1974), después con el productor y director Jack Haley Jr. (1974-1979), posteriormente con el escultor Mark Gero (1979-1992) y finalmente con el promotor de conciertos David Gest (2002-2007).
Tras ese torbellino sentimental (asegura que sigue creyendo en el amor aunque ha prometido no volver a contraer matrimonio) se esconde una carrera con momentos pletóricos.
Minnelli se crió entre los decorados de los estudios de la Metro Goldwyn Mayer (debutó en el cine a los 14 meses con "In the Good Old Summertime", 1949) y sus padres, casi siempre atareados con proyectos, se divorciaron cuando tenía 5 años.
En el discurso de agradecimiento por su último premio Tony, Minnelli dio las gracias a sus padres "por el mayor regalo que le hicieron": Kay Thompson, su madrina, "una fuerza de vida" para la artista y figura clave en su formación.
Resultó ser un apoyo fundamental mientras pasaba su infancia de hotel en hotel siguiendo a su madre y la razón fundamental por la que decidió buscar el éxito sobre las tablas de Nueva York tras estudiar arte dramático en el Greenwich Village.
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